Lo que usted quiere es no entrar solo en la eternidad.

Prologo de Scalabrini Ortiz para el libro "No toda es vigilia la de los ojos abiertos" de Macedonio Fernandez. “El primer metafísico de Buenos Aires y el único filósofo auténtico”.


Raúl Scalabtini Ortiz, de quien hurtada, pues sin méritos, poseo la amistad fervorosa, debe decir algo aquí; se lo pido que hable; de la culpa que con Leopoldo Marechal, y F. L. Bernárdez, comparte.—

Macedonio insiste en que yo intervenga en este libro, aduciendo méritos de instigador.
Inútilmente he pretendido excusarme.

—Está bien, Macedonio. Confieso, para complacerlo, que yo le induje a publicar bajo su firma alguna de sus ideas. ¿Está conforme?

—Aún no. Llene una página.

—En ese espacio no puedo decir nada. Prefiero escribir un libro en su elogio.

—No diga nada, pero escriba la página.

¿Diré que usted inició a los veinte años una obra individual, sin publicidad, espiritualista y pro libertad civil, y que mantuvo estrecha correspondencia y amistad escrita con Fouillée, Arreat, Payot
y principalmente con William James?

—No, no lo diga.

¿Diré que este libro, cuya hondura y rigurosidad usted pretende disimular con una factura aparente y voluntariamente inconexa, es el fruto de una meditación disciplinada y sostenida durante treinta y cuatro años?
—No, no lo diga.

¿Diré que fue usted quien lanzó, en 1916, la carta misteriosa pro fraternidad humana, carta que fue sustituida, después de recorrer el mundo, por la de un oficial norteamericano viciada por amenazas y supersticiones?
—No, no lo diga.

¿Diré que su probidad intelectual sacrificó los prestigios más envidiables de la vida: amistad, amores, situaciones?
—No, no lo diga.

¿Diré que es usted un hombre extremadamente sagaz, erudito y bondadoso?
—No, no lo diga.

¿Qué diré entonces, Macedonio?
—Diga que sé silbar y qué soy entendido en procedimientos de belleza femenina, y que entre los astrónomos, aunque sean cordobeses, con toda la ventajita de sus ingentes aparatos, no me veo rival como guitarrista.

—Comprendo, Macedonio. Lo que usted quiere es no entrar solo en la eternidad. Usted quiere ahuyentar con nuestra amistad la desolación futura de los anaqueles. Es buena idea. Así cualquier tarde, en el rincón más apacible de una biblioteca, ya sólo sombras y recuerdos, como ahora, hemos de reanudar, Macedonio, nuestro charlar reflexivo para resolver desde otro punto de vista la verdad de la vida que tuvimos.

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