Ya es conocido por casi todos los que estamos
inmersos en la coyuntura de la política partidaria de dónde proviene esta
frase, y para los que no, remito a: https://www.youtube.com/watch?v=61s6Ng305eI
Intentemos pensar la universidad, salgamos del
sentido común y estructurado en el cual se cree firmemente que esta institución
es un lugar al que hay que ir para ser un simple profesional en algo. Pensemos
por un momento cuál es la finalidad cultural y sistémica que se reproduce en el
ámbito académico y rebauticemos nuestra mirada para entre todos poder ver lo
bueno, necesario y fundamental que se torna, para nuestra nación e identidad,
las universidades públicas y no aranceladas.
En nuestra identificación colectiva tenemos como
relato histórico, político y social un cuento, en el cual pareciera que la
dependencia y el atraso socio económicos de nuestro país sólo fuera un relato
de malas decisiones, de “malos” bien creados; cuando, en realidad, son el
resultado de una lucha de poder entre distintos actores sociales con intereses
ilegítimos y foráneos que ocultan detrás una dominación colonial e imperialista
que socaba los intereses nacionales a los intereses del mercado global.
Bueno, se preguntarán ¿qué tiene que ver esto
con que se abran universidades por todos lados? La respuesta no es sencilla. La
dominación de un pueblo no es tarea natural, la historia demostró varias veces
que los medios militares son contra producentes y no se sostienen en el tiempo.
El último intento en América Latina fueron las dictaduras militares y ya es
conocido su resultado final en la aceptación de tales sistemas de gobierno, en
el pueblo y sobre todo en las clases populares. Es necesario que el poder
internacional actúe de una manera más subjetiva y parcial sobre todos y ese
camino es la dominación cultural. La dominación cultural es la dominación por
excelencia, perdura en el tiempo y es tan efectiva que rara vez el dominado se
da cuenta que lo es. Y es aquí donde entra y se pone en “Jaque” la educación pública.
¿Educación
Pública para ser libres o para ser dominados?
Descartando los recientes intentos de gobierno
Latinoamericanos populares de nacionalizar no sólo los discursos y acciones,
sino también los contenidos enseñados, venimos arrastrando una matriz en el
contenido de nuestra educación que es totalmente colonial, dependiente y
arbitraria. Pero esto no es algo nuevo, se remonta hace básicamente 200 años:
es así como una simple institución socaba y transversaliza un problema trascendental
para nuestras naciones como lo es la educación superior. Histórica y cuasi
linealmente, desde su comienzo se diseñó y transformó en una estructura cristalizada en
la cual se generan eslabones para un sistema productivo extranjerizante y no se
piensa en los problemas regionales que debemos resolver. No es casual así que
los gobiernos populares de nuestra historia tomaron como eje fundamental la
elaboración de políticas públicas que convirtieron y modificaron las
estructuras de la educación superior con mucho más énfasis que otros niveles de
educación.
Partamos de una deconstrucción, la universidad
gratuita en argentina es una falacia, la universidad no es gratuita, es no
arancelada. No es gratuita porque mantener una universidad tiene precios
enormes, y ese costo lo pagamos todos y todas, desde el que paga impuesto a las
ganancias hasta el que paga el IVA en el almacén del barrio. Tácitamente hay
una responsabilidad social al momento de ir a una universidad pública. Esta
responsabilidad es hacia toda la comunidad universitaria, tanto para
estudiantes, docentes, no docentes y vecinos, e implica ese famoso devolverle a
la universidad lo que ésta te dio, pero ¿Qué nos dio?
Tenemos que dejar de ver a la universidad como
un mero actor profesionalizante e inalcanzable para ver en ella un actor
fundamental en la diagramación cultural y social de nuestro pueblo, necesitamos
universidades comprometidas con su entorno y que piensen los problemas regionales
con una mirada propia, nueva y superadora. Esto lo vamos a lograr abriendo cada
vez más universidades urbanas comprometidas para que los mismos integrantes de
una comunidad puedan pensarse en su origen y así pensar su lugar. Una universidad
pública no es gasto, es inversión en cultura y en ciencia nacional, es puestos
de trabajo, es actividad económica en la región, es egresados que trabajan en
su entorno y, sobre todo, es progreso social. La mayoría de los egresados de
las nuevas universidades son primera generación de universitarios en su
familia, son en mayor parte los excluidos de las universidades tradicionales,
que llegaron a un punto tal de cristalización que genera la expulsión de los
más vulnerables.
Más allá de cualquier análisis cualitativo que
podamos fomentar, vale la pena aclarar que la vida universitaria es algo más
que mucho estudio, es una formación
integral de estructuración mental en la cual se generan los últimos desarrollos
cualitativos, ideológicos e identitarios dentro de una sociedad determinada.
Entonces nos preguntamos e intentamos
responder ¿queremos una formación académica excluyente en la cual solo
determinados sectores sociales o algún que otro sujeto aleatorio puede ingresar
en la última etapa de formación? ¿O queremos una sociedad comprometida con su
entorno, que entienda de problemas nacionales y regionales para poder
estructurarlos dentro de las agendas propias de cada sujeto y así colectivizar
las demandas sociales más próximas para poder generar no sólo soluciones a
nuestro entorno, sino una ciencia nacional que se encargue de fortificar
nuestra patria grande y así cultivar el progreso social ascendente a la
integridad de nuestras propias creaciones?
Bueno, este es el rol de tantas universidades,
no se trata de un “curro”, se trata de derechos, de que cada vez más jóvenes
tengan derecho a formarse, y que ese derecho sea una formación nacional, que
realmente solucione los problemas que nos tocan, citando a Varsavsky: “la
misión del científico rebelde es estudiar con toda seriedad y usando todas las
armas de la ciencia los problemas del cambio de un sistema social, en todas sus
etapas y en todos sus aspectos, teóricos y prácticos”. ¿De qué nos sirve tener un título académico
que la sociedad ha contribuido a conseguir si después se aplica en beneficios
propios que en nada cumplen la dirección del aporte impositivo que a nadie
excluye?
La educación es una política y como tal tiene
intereses; dejemos el mito de que la ciencia es neutral, la ciencia no es
neutral tiene una mirada y la política define qué ciencia queremos con
presupuestos, iniciativa, incentivos y sobre todo con trabajo. Si no, ¿de qué
nos serviría tener un título si hay una política que se define por la ausencia
general de puestos laborales? No nos olvidemos que, con menos universidades,
vivimos una década en la cual te subías a un taxi y el chofer era ingeniero.
Comentarios
Publicar un comentario